viernes, 17 de octubre de 2008

Reflexiones en torno a la Cultura y la Historia Regional- Ernesto Maggiori

REFLEXIONES EN TORNO A LA CULTURA Y LA HISTORIA REGIONAL – LA TAREA SILENCIOSA DE LACONSTRUCCIÓN DEL DISCURSO HEGEMÓNICO
de Ernesto Maggiori



“... en fin tendremos que tomarte como referencia, al fin y al cabo si uno se enferma va al médico y si hay que escribir de historia... para eso están los historiadores no?”

Licenciada en historia de la U.N.P.S.J.B.- Trevelin – Año 2001.



Nadie desconoce que los individuos de una sociedad necesitan saber quiénes fueron sus antepasados o de dónde viene el legado cultural heredado. Siempre las sociedades han construido explicaciones de su pasado. La necesidad de saber dónde y cómo llegamos al momento actual requiere de una mirada hacia atrás que nos permita situarnos y comprender las fuerzas que actuaron como determinantes, toda sociedad sana requiere este tipo de ejercicio de la memoria para poder proyectarse hacia delante con los cambios requeridos para un mundo mejor. Entre otras cosas esto resulta una buena posibilidad de encontrar y descubrir qué factores permitieron el desarrollo de una comunidad o lo detuvieron, sin quedarse varados en el recuerdo del pasado. Más allá de los individuos, la elaboración de esas explicaciones o discursos, siempre quedó en manos de distintos actores o instituciones, según el momento histórico.

La circulación y apropiación del conocimiento pasó desde tiempos inmemoriales por etapas orales y así se construyó la memoria colectiva, para recién mucho tiempo después, ir incorporándose a un registro más sólido a través de la escritura. Esa elaboración del pasado, por ejemplo de lo oral a la escritura, en la etapa del descubrimiento del nuevo mundo y durante la Conquista no quedaba libre a la versión de quién registraba, debía ajustarse a los requisitos que se exigía de los llamados “Cronistas de Indias”.

Con Aristóteles comienza a relacionarse el saber con el poder. Hacia la segunda mitad del Siglo XVI se producirá en Europa un momento de transición en que el saber que detentaban los intelectuales será tomado en cuenta por el verdadero poder y estos comenzarán a transformarse en “Consejeros de Reyes”. Si bien quienes poseían conocimientos específicos lograron desde ese momento “ennoblecer” sus prácticas, en realidad lo único que se pretendía era capitalizar y hegemonizar ese saber por parte del minoritario grupo social más privilegiado; aquellos que detentaban el verdadero poder político y económico.

Si bien el pasado está plagado de mitos, leyendas y memorias que escapan al intento de explicarlo todo desde la lógica racional; todo temprano intento de apropiación científica del discurso debió elaborarse tomando en cuenta estas características y para eso, una legión de antropólogos, arqueólogos y estudiosos de todo tipo de culturas pre – filosóficas, debió construir las herramientas metodológicas para atrapar el pensamiento y las costumbres de las más diversas etnias. Así como las abadías religiosas en una época concentraban todo manuscrito o documento en sus bibliotecas; luego ese poder para apropiarse del conocimiento, fue delegado en las primeras universidades, que fueron concentrando el contenido en bibliotecas y erigiéndose en el monopolio de las formas del saber.

La categoría de “intelectual” perdió entonces sentido, al menos como contenido y, (según Claudia Möller Recondo) la acepción de la palabra cambiará a “letrado – jurista”, una categoría generalmente asociada a las más nobles familias. Según esta misma historiadora, ya

“...en 1954, el jurista portugués Bartolomé Felipe –que tenía diplomas salmantinos- estimaba que la cultura adquirida en las universidades no vale si no se acompaña de la práctica directa de los libros, la experiencia y la conversación.”

Desde entonces el discurso del saber y quienes están legitimados para utilizarlo, ha sido motivo de críticas y, por supuesto, cambios. Pero hasta la actualidad, es posible encontrar defensores de ese lugar único, hegemónico, desde donde debería escribirse la gran historia, la ciencia del saber, incluso con la excusa de la “profesionalización de las prácticas”.

Centrándonos en lo histórico y en nuestro país, una de las referencias tomadas como modelo de investigación histórica en nuestro país, se dará en Bartolomé Mitre. Él es quién da comienzos a la utilización de documentos para fundamentar sus escritos. Mitre será reconocido entre otros trabajos, por una biografía del general San Martín, pero incluso nuestro antiguo modelo de investigación, hará un “recorte” tan llamativo de la información y utilización de los documentos que; a la luz de otras investigaciones más actuales y según palabras del historiador Norberto Galasso, de entrada comete un error en la fecha de nacimiento de su biografiado. No sólo a corregir errores, es a lo que apunta Galasso, cuando afirma que estos trabajos:

“... responden al control que las minorías bonaerenses ejercían sobre la producción historiográfica.”

De “Seamos libres y lo demás no importa nada” – N. Galazo. Edit. Colihue.



Galazo opina que la difusión de algunos libros y el silencio sobre otros, no obedece a razones historiográficas, sino a motivos político ideológicos. Esta vieja costumbre traspolada a los historiadores actuales, que en los claustros obligan a los alumnos a no salirse de los autores y bibliografía, consignadas en las cátedras y en los programas de estudio previamente elaborados por ellos, no hace otra cosa que reproducir el desconocimiento y el desprecio por la verdadera investigación. Esta situación de cómo funcionan los mecanismos de silenciamiento ya ha sido denunciada anteriormente por Jauretche y Scalabrini Ortiz, que la llamaban “La sabia organización de la ignorancia”.

En nuestro país, en el año 1971, el “Centro de Investigaciones Bibliotecológicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires”, realizó una loable investigación sobre la conducta informativa en universitarios argentinos. El trabajo, dirigido por el profesor Gustavo Cirigliano, tuvo entre sus objetivos observar e investigar los hábitos y habilidades de los graduados universitarios para manejar y utilizar las fuentes de información bibliográfica. Una de las conclusiones fue que:

“los jóvenes graduados universitarios no poseen, en la mayoría de los casos y en grado suficiente, habilidades y técnicas para el manejo de la bibliografía y fuentes de información.”

“Tiempo de investigar” de René Gotthelf y Sonia Vicente.

Si a estas características nada positivas para el conocimiento, le sumamos las condiciones económicas e ideológicas en que operan los investigadores, el panorama se presenta desolador y habrá que trabajar mucho para revertirlo.

Según el investigador Enrique Oteiza, entre el gobierno de facto de Onganía y hasta la dictadura de 1976, la educación y la cultura estuvieron en manos de la extrema derecha católica, que cumplió el papel de policía del saber. Si a eso le sumamos las secuelas de una dictadura militar que no solo se ocupó de despedir profesores con pensamiento independiente o crítico, de reprimir, censurar y controlar las carreras universitarias de contenido social, sino de dejar una herencia nefasta que cuyos emergentes más visibles son un debilitamiento profundo en lo académico y científico, cuya distorsión de objetivos, incluso los años más recientes se hace visible en profesionales con un comportamiento muy cercano a la ideología neoliberal, con rasgos individualistas, individuos sin ningún tipo de compromiso ético con la misma sociedad que hasta les permitió estudiar y recibirse gratuitamente, con este triste legado, hay que llegar a la triste conclusión que pasará un largo tiempo, antes de que contenidos, métodos y pasión por la historia, se conjuguen en las prácticas y se recupere el nivel de compromiso que se requiere para rescatar ese pasado lejano o cercano, que mientras tanto irremediablemente se pierde junto a sus testigos y documentos, o para producir trabajos críticos y profundos y devolver a la memoria colectiva los temas como correspondería.

Finalizada la dictadura las instituciones universitarias pasaron por un proceso de reconstrucción democrática muy débil, para entonces el cuerpo de profesores se había percatado del cambio que vendría y en el año 1980, realizaron concursos legitimando sus cargos y asegurándose permanecer atornillados en sus puestos. Estos concursos no se hicieron democráticamente y de acuerdo a Enrique Oteiza, quién hoy explica a través de esto las crisis actuales que atraviesan a la UBA, estos concursos tuvieron filtros ideológicos, donde por ejemplo, la opinión de los servicios de inteligencia resultó ser un elemento fundamental para eliminar postulantes a los cargos.

En el año 1999 el profesor Nicolás Iñigo Carrera expuso un trabajo en el marco de las III Jornadas Nacionales sobre debates de actualidad, organizadas por la Universidad Nacional de Rosario. La ponencia precisamente trataba de algunos de los puntos analizados en este escrito y se titulaba “La Investigación en historia: ¿Disciplina científica o corporación profesional?”. Al hacer referencias a las ideas dominantes a la hora de escribir historia decía lo siguiente:

“Como siempre ha ocurrido, entre los historiadores profesionales existen quienes, al mismo tiempo que niegan explícitamente cualquier posibilidad de conocer científicamente los procesos históricos, desvían la investigación de sus ejes fundamentales. También los que, deliberadamente desconocen total o parcialmente las luchas obreras. Sea porque hacen hincapié en los desplazamientos geográficos, con planteos que enfatizan los aspectos étnicos (barniados de culturales), tergiversando sin escrúpulos la historia de los trabajadores. Sea porque son representantes confesos del liberalismo y apologistas de la sociedad de comienzos del siglo XX, presentada casi como un paraíso para todos los que quisieron habitar el suelo argentino.”

Con respecto a esta visión idealizada del inmigrante, cuya versión más burda en el imaginario popular se ha instalado como “Crisol de razas”, versión que si bien ha sido superada en ámbitos académicos, todavía se reproduce entre quienes no profundizan mucho el tema. Otra de las versiones impuestas sobre la historia –que viene a suplantar en tiempos modernos a las “crónicas de indias”- vendrían a ser la teoría de los pioneros, esa versión que detrás de su gesta épica esconde criterios que proponen la supremacía de los valores de la civilización occidental, por sobre la de los pueblos “primitivos”. En la década de 1950, Claude Levi Strauss le confirió al término “antropología estructural” una visión amplia que invalidaba toda consideración etnocéntrica. Pero todavía, en oportunidades algunos estudiantes universitarios con los que accidentalmente debí trabajar o colaborar, que se acercaron en busca de información específica, cuando les comentaba versiones documentadas de ciertos conflictos ocurridos en Patagonia, me llamó la atención la perplejidad con que escuchaban; una imagen que aún no se me borra es la de una alumna de Trabajo Social que me decía:

¿Y por qué a nosotros nunca nos cuentan de estas cosas y aparentan que todo sucedía sin problemas?.

En parte la respuesta correcta a éste interrogante sería empezar a considerar que se intentaría crear un ámbito de estudios de lo histórico “apolítico”, es decir en donde la dimensión de los acontecimientos no se vinculen con el poder, a decir del historiador Ramón Minieri: “una versión de los acontecimientos que se vuelve funcional a un proyecto global una despolitización / deshistorización, que hace a las poblaciones maleables por el poder”

A esta altura de la introducción, usted se preguntará a dónde queremos llegar con todo esto. No es muy difícil advertir que desde muchos años atrás han proliferado libros de historia regional escritos por no académicos. Autores regionales, escuelas y otras instituciones han asumido valientemente la reconstrucción, el rescate y la conservación urgente de documentos, también de sus propias vivencias y memorias locales con una fuerza inusitada. Con mayor o menor metodología, intuitivamente, con entrevistas improvisadas o sistematizadas; lo cierto es que la historia regional no va a esperar a qué, quienes se llamen a sí mismos “profesionales de la historia”, estén dispuestos a acercarse, a viajar hasta lugares aislados o geográficamente poco atrayentes. A esto hay que agregarle que en condiciones -la mayoría de las veces- para las que no se encuentran del todo preparados, ni muy dispuestos si no hay presupuesto. Todos sabemos que es muy placentero instalarse con presupuesto universitario y apoyo logístico, dentro de cualquier administración de Parques Nacionales, pero y a los lugares más apartados y aislados ¿quién va entonces?

La memoria oral desaparece, si no se la rescata a tiempo, cuando todavía están vivas las personas que guardan silenciosamente valiosa información. Hay que salir a buscarlas, encontrar estas “voces”, del mismo modo que salir a preservar archivos particulares y públicos. Hoy por ejemplo, un grupo de jubilados del ferrocarril de Puerto Deseado, está cumpliendo con este rol por interés propio. Un modelo de gestión a tomar en cuenta si se realiza con el apoyo necesario. Otro singular grupo llamados “Agrupación amigos del puente” funciona de la misma manera en el Barrio Presidente Ortiz de Comodoro Rivadavia.

De acuerdo a versiones orales registradas en Puerto Deseado, el archivo policial antiguo de esa localidad se perdió en un incendio.[1] Tampoco se han hallado allí ejemplares de la publicación “El Sur”, que antecedió a “El Orden”. Según los descendientes de ésta publicación el archivo fue incendiado intencionalmente luego de una denuncia puntual. En cambio “El Orden” esta en orden y digitalizado.

El archivo de la localidad de Pico Truncado se dice que fue destruido por el dirigente obrero José Font durante las huelgas del año 1921. Una manera conciente o inocente de hacer desaparecer los antecedentes de los trabajadores y sus conflictos. Algo que cuesta creer, haya sucedido bajo la responsabilidad de los mismos trabajadores de esos años. Hace unos años atrás también se quemó totalmente el edificio del ferrocarril en esta localidad. Pero en el caso de Puerto Deseado, los huelguistas no entraron a la ciudad y, sin embargo el semanario “El Sur”, que podía documentar los violentos sucesos de 1917 en adelante no se encuentra en esa localidad, ni en los archivos provinciales o nacionales. ¿Qué fue lo que pasó entonces? La respuesta me la dio la hija del fundador, lo quemó la policía cuando apareció una denuncia de un integrante de esa institución, que justamente asesinó un poblador para quedarse con su campo.

Hace muy poco me dirigí a la prefectura de Comodoro Rivadavia en busca de datos sobre el propietario de una embarcación para un trabajo que realizaba. Quien me atendió, muy amablemente y hasta quizás de manera inocente me dijo que ellos están autorizados a quemar toda información que cumpla diez años. De allí salí –por supuesto- sin el dato que buscaba.

Todo individuo responde a las convenciones construidas y legitimadas en la sociedad que le toca vivir. Pueden las personas e instituciones estar o no estar de acuerdo con este legado; aceptar el estado de las cosas alienadamente o tratar de hacer algo para interpretarlas mejor o cambiarlas. Los escenarios de la vida intelectual actual no escapan a estas tensiones del saber y las prácticas. La posición que se adopta en cuanto a posibilidad de cambio, o en cuanto a la distribución y construcción del capital cultural, de que manera circula este conocimiento, o afecta a individuos e instituciones operan al instante, con más razón cuando surgen conflictos nuevos o se ponen en duda ciertas nociones dadas como sabidas, supuestamente inamovibles e instaladas en el imaginario local o regional, Casi seguro enseguida se levantarán los defensores de la vieja “intelligentsia”, un ejemplo de esto es lo que sucede actualmente, cuando se trata de definir en lo local, si fue Pietrobelli o Juan Plate, el verdadero fundador de Comodoro Rivadavia.

Las instituciones casi nunca se comprometen demasiado con la verdad y ese “miedo al cambio” que muchas veces paraliza acciones y que sus integrantes reproducen ya como ideología no inocente, los lleva a escudarse en todo tipo de actitudes de resguardo, algunas muy sectarias y otras simplemente discriminatorias. Mal nos irá como pueblo si nuestras universidades adoptan criterios conservadores que no aportan a la construcción de lo nuevo, o sus estudiantes convierten a la educación pública en un medio para ganarse el sustento como único objetivo, suceda esto al amparo de su administración o individualmente. ¿Es este el sentido de la educación pública?

Hace muy poco en Santa Rosa, provincia de La Pampa se dio un lindo debate público que demuestra el estado de cosas con el saber. Una reconocida profesional de letras había sido “depositaria” durante años, de la obra inédita de un escritor regional. Un poeta excepcional llamado Carlos Bustriazo Ortiz. Durante muchísimos años esta mujer era la única persona que poseía esas obras, que además ni el propio autor quedó con copia en su poder. Constituía este legado, más de setenta obras inéditas. Un grupo de poetas patagónicos comenzó a dar a conocer poco a poco y a pulmón, lo que el propio autor pudo rescatar, o encontró entre sus papeles dispersos y olvidados. El valor y calidad de sus escritos merecía que se lo incluyera en antologías latinoamericanas de poesía. Un día se reunieron varios poetas patagónicos en un homenaje y a partir de allí vida y obra del poeta comenzó a circular. La profesional de las letras depositaria, viéndose cuestionada en su propia actitud –que por otro lado estaba invitada para cerrar esa jornada de homenaje- temió ser cuestionada en público y no sólo faltó a la cita acordada de antemano, sino que emitió una serie de exabruptos y animadversiones que descolocó a todos. Ahora como única reflexión cabe preguntarse ¿Qué pensaría esta persona; que además era la única que había podido leer la obra completa egoístamente y sin darla nunca a conocer? Acaso su “lugar” profesional en la sociedad le permitiría arbitrariamente disponer de ese legado. Actitudes como estas no construyen ni hacia adentro de las propias instituciones que dicen representar y mucho menos aportan hacia fuera, al imaginario social.

Sin ánimo de generalizar y con el respeto que en parte me merecen algunas de estas instituciones del saber, que, en todo caso aunque pretendan monopolizar el conocimiento, al menos algunas tienen ideologías menos conservadoras; también por el respeto hacia quienes a través de lo ya producido se les debe un reconocimiento, que aunque no pidan ya nadie podrá quitarles; vale la pena mencionar, que aún afuera de todas estas instituciones, la producción de conocimiento no académico demuestra todavía una vitalidad original que ya ningún discurso hegemónico ni exhibición de títulos podrá silenciar.

Sin esperar reconocimiento alguno, y mucho menos al formular explícitamente este tipo de reflexiones, en los últimos tiempos he podido observar distintas reacciones, algunas simplemente desvalorizantes para esa producción regional. Siempre haciendo referencia a la supuesta “profesionalización”, para ser más realistas, cuando a veces, detrás de todo esto sólo se esconde una simple disputa por ver a quién supuestamente le correspondería escribir sobre historia y a quién no. De este modo se pone en evidencia un aspecto más cercano a la competencia que a la integración. Esto es apenas una punta del iceberg que por espacios de trabajo y reconocimiento, crece y circula por ámbitos académicos y del que nunca se habla. Una situación que no se explicita nunca, pero que da vergüenza ajena al quedar expuesto a ella.

Hace algunos días atrás, un artículo del diario El Patagónico, hacía referencia a una importante donación a la reserva de El Chalía, por parte de integrantes de la Dirección de Cultura de Comodoro Rivadavia, la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco y alguien que siempre logra aparecer en los medios, como representante de las culturas de pueblos imaginarios y que en realidad solo se dedica a especular con sus paisanos, para su propio bien. Los restantes, en vez de dedicarse a las donaciones -uno de ellos intentando todo el tiempo y sin éxito- acuerdos y convenios que favorezcan a la universidad dentro de los ámbitos municipales, bien podrían dedicar su tiempo en iniciar tareas inherentes a sus estudios, preocuparse por el archivo de Y.P.F., o poner en orden y funcionamiento, más o menos decentemente el Museo Regional, que para ser más exactos, hace poco tiempo atrás alguien lo intentó y fue separada del lugar de trabajo intempestivamente. Pero estas actividades supuestamente filantrópicas de los funcionarios culturales, siempre suceden en un espacio mediático muy superficial, incluso aduciendo en el artículo, que estas comunidades indígenas son poco visitadas, pero misteriosamente ellos olvidan convocar en los espacios culturales o universitarios donde se mueven a quienes investigan, por ejemplo al doctor Perea, que es quién más sabe y ha estudiado sobre esta misma comunidad. ¿No es extraño cómo funciona esta gente?

Durante la Feria del Libro del año 2005, un grupo de personas de los stands, conocidos como “cultura en los barrios”, que incluían entre sus propios integrantes a auténticos descendientes de los pueblos originarios, mientras se hallaban mostrando elementos de su propia cultura al público, es decir flechas, raspadores, boleadoras, etc., fueron intimados por uno de estos mismos “benefactores” mediáticos, a “levantar” la muestra, caso contrario harían la denuncia a la policía federal por exhibir objetos, que a su consideración debían estar en Museos. Es decir, que no pueden los mismos integrantes de los pueblos originarios, exhibir los elementos de sus propias culturas, sin correr el peligro de que les fueran expropiadas, con qué argumento: para que luego sean objetos de muestra en los Museos.

Cuando publiqué “Historias de Frontera”, en la primera página cité unas palabras de José Saramago de su libro “Historia del cerco de Lisboa”, palabras que no sólo demostraron ser ciertas, sino que anticiparon lo que me sucedería en el futuro próximo con algunos historiadores académicos; allí reproducía lo siguiente:

“Los autodidactas somos vistos con malos ojos, solo quienes escriben versos o historias para distraer están autorizados para ser y seguir siendo autodidactas”.

En mi ciudad, Comodoro Rivadavia, todo esto ocurre en el espacio académico de una universidad conservadora que aún esconde la impronta religiosa de su origen. Una institución formativa que se las ha arreglado para sobrevivir en el tiempo, e incluir en su plantel a una gran cantidad de personal conservador que demuestra claramente venir de ideología religiosa. Que siendo antes, en su origen, una institución privada y religiosa, luego del traspaso a universidad pública, le fueron encontrando sus autoridades, de manera silenciosa, mantener una impronta netamente religiosa en los grupos de poder y decisión internos constituidos. Analizar las características de poder en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco y hacerlo desde el punto de vista religioso de sus funcionarios, no deja de ser una mirada muy interesante y reveladora.

Una universidad que no fue capaz de formar una masa crítica que oxigene la circulación del saber y que a la vez eleve el nivel académico como lo merecería en Democracia. En una universidad donde el 85 % del presupuesto se va en sueldos de personal jerárquico administrativo y político y no se invierte en bibliografía, en tecnología y principalmente en profesores viajeros capaces de elevar el nivel educativo, no es mucho entonces lo que en el futuro inmediato y en campo del saber, se puede esperar.

Desde hace algún tiempo se ha puesto de moda pertenecer a un campo de la investigación universitaria llamado “estudios culturales”. Incluso entre intelectuales existe un estéril debate, sobre si deben llamarse “Cultural Studies” o “Estudios Culturales”. Lo cierto que tras está nueva etiqueta, quedaría preguntarse: qué son entonces los trabajos de un Canclini o Beatriz Sarlo, a la luz de estos “descubrimientos”.

Muchos nos preguntamos qué estudios no pueden ser culturales, pero aún dejando sin contestar esta pregunta, mucho más interesante es descubrir la opinión al respecto del filósofo y profesor de estética Enrique Lynch, cuando escribe que al estudiar muchos de estos trabajos, hay una constante siempre presente en ellos y es que siempre los autores se sitúan “a la izquierda” del poder, o agreguemos, de lo hegemónico, respondiendo al prejuicio de que la derecha jamás estudia la cultura. En este campo de investigación estarían situados los “estudios de género”, pero Lynch explica qué, en lo único que innovan estos “estudios culturales”, es en la voluntad explícita de sus representantes en ser convalidados y por lo tanto en ocupar un espacio de poder dentro del sistema académico, al decir de sus propias palabras, “una militancia con birrete y diploma”. Aclarando además:



“... lo que implica gestionar presupuestos educativos, participar en programas de educación pública o de propagando, distribución de becas, subsidios y títulos, y aspirar, tras la legitimación académica, a un control diferenciado de la información en los medios. Se trata de llevar la disidencia perpetua a la universidad y de paso, gozar de las ventajas del funcionariado, con salario, complementos y seguridad social, sin problemas de conciencia.”

“Un invento llamado estudios culturales” Enrique Lynch.



Si sabemos entonces que existe la pluralidad de culturas, incluso las diferencias internas a cada cultura, qué sentido tiene seguir hablando de identidad cuando estas pueden ser más de una. Incluso el término “identidad” hoy se ha vuelto demasiado ambiguo, justificando incluso guerras como las de los Balcanes. Debemos abandonar las nociones de aculturación o de hibridez, tanto como el sentido “culturalista” de los objetivos de trabajo.

Según cuenta José Pablo Feinmann en sus clases de filosofía, luego de la llamada Guerra fría, ya sin el modelo de enfrentamiento bipolar, las universidades norteamericanas “descubren” maravillados, las diferencias que presenta el mundo capitalista. Por supuesto que dentro de ese esquema, quedaría políticamente correcto que se ocupen de ellas, incluyendo minorías étnicas, objetos, es decir las características propias de lo que ahora llaman multiculturalismo. El peligro de esto ya lo advirtió Jean Paul Sartre en el prólogo al libro “Los condenados de la tierra” de Franz Fanon, cuando afirmó que “ya no somos el sujeto, somos el objeto”. Esta crítica respondía a la academia europea, cuando se acercaban al objeto de estudio con armas teóricas que no salían del eurocentrismo. Continúa Feinmann diciendo que, el hombre moderno de la subjetividad cartesiana solo quiere conocer para dominar y conquistar. Eso no es la verdad, ni contiene compromiso alguno con ella, ya que esta significa desocultamiento, develamiento.

Recientemente fue presentado en sociedad un documental de la UNPSJB, basado en los estudios de género, que hacía referencia a las reinas del trabajo durante los años del peronismo. Finalizada la proyección, uno de los espectadores presentes criticó de manera más o menos desvalorizante el trabajo, entre las críticas hizo referencia al bajo nivel de la producción viniendo de una universidad, explicó que no aparecían allí referencias a las mujeres que habían militado por los derechos de ellas mismas en esos años y comentó que todo lo que la responsable de la investigación contó y explicó delante de la audiencia, tampoco aparecía reflejado en el trabajo documental. En realidad lo que estaba sucediendo y que el espectador debía desconocer, era que afloraba uno de los aspectos negativos de esta universidad con doble discurso y conservadora. Estos profesores en general intentan aparecer con un discurso progresivo ante el alumnado, pero en realidad representan todo lo contrario, capaces de hacer una interpretación oral que tienda a que los escuchas piensen esto, este discurso oral cambia según la audiencia, cuidándose incluso de utilizar la terminología y los conceptos, según donde estos deban ser presentados. Hay testimonios de alumnos a quienes los profesores presionaron para que utilicen el término “proceso militar” en lugar de dictadura, para no herir susceptibilidades en cierto tipo de audiencia.

Las administraciones culturales estatales de una ciudad como Comodoro Rivadavia, no desconocen quién produce y quién no. Las administraciones provinciales y municipales de cultura, a menudo sólo apoyan a quienes menos riesgos producen: en el campo de las ediciones provinciales se editan libros de escritores regionales que relatan historias en estilo anecdótico sin demasiada documentación o notas al pie. Un estilo que cuando caracteriza a los conflictos sociales tratando a la Patagonia como una extensión pintoresca del “Lejano Oeste” que no desentraña los verdaderos motivos de esos conflictos, que por otro lado garantiza cierta tranquilidad, ya que nunca esas historias son investigaciones profundas o develan intereses importantes.

En el caso de las administraciones culturales municipales es todo más político y a menudo se toman en cuenta a improvisadores culturales, algunas veces utilizando a ciertos talleres para construir una imagen de cultura popular falsa, a seudo rescatadores de lo nativo o simplemente a aquellos allegados al clientelismo político que no están muy dispuestos a integrarse a la casi perdida cultura del trabajo, pero que ofrecen cierta ilusión de “hacer algo” no muy demasiado comprometido con las necesidades de la gente.

El campo cultural patagónico se parece al desierto que siempre se pretendió hacer creer que sigue siendo desde Pigafetta, pero no hay tal desierto a mi entender. A esta “Falsa calma” hace alusión el trabajo de la escritora Sonia Cristoff, proyección que hoy viene bien trasladar al campo cultural. Hace poco en un programa radial de Pinni Rafaelle, integrante del grupo “Siete de Canto”, el director de cultura actual, sr. Tuñon -también integrante del grupo mencionado- hacía referencia a que no hay producción artística que justifique inversión importante en la ciudad, en medio del debate del esperado “Centro Cultural”. Estas declaraciones no solo son desvalorizantes, sino que merecen una reflexión más profunda, ya que hace poco tiempo, el mismo director de cultura fue protagonista de dos exabruptos que lo dejaron mal parado, incluso uno de ellos trascendió en los medios locales. Más allá de los “Siete de Canto” y ya explicaremos quienes son y lo integran, no sabe acaso Tuñon, siendo artista plástico, que existe al grupo de artistas centrado en la llamada “Galería de Arte Nómade”, unos catorce comodorenses aproximadamente, o del grupo representado por la Galería Crayón al que entre otras cosas, hace referencia la revista Ñ del 10 de junio de 2006. Ni hablar de la producción existente de otros aspectos, escritores, fotógrafos, archivos particulares de fotografías, músicos, investigadores, etc.

Culturalmente siempre existió tensión entre grupos elitistas y propuestas culturales populistas o barriales. El caso de Comodoro Rivadavia en este momento es muy interesante de analizar. Allí esta tensión está dada entre los integrantes de grupos llamados “Siete de Canto” o “Pro Cultura”, de menor participación social; estos círculos artísticos siempre están enfrentados ideológicamente a las propuestas de gente que no pertenecen o comparten sus criterios culturales íntimos, cerrados y elitistas. También es cierto que muchas veces lo que se acerca al campo cultural popular son propuestas pasatistas, quizás porque es el resultado de no existir prácticas e interés de democratización cultural real en las instituciones. Tampoco existen proyectos culturales partidarios, peronistas como radicales improvisan o delegan la responsabilidad cultural en manos de personas no ingenuamente elegidas, candidatos a “directores de cultura” comprometidos para llevar adelante una tarea improvisada en el tema. Quien presente algún proyecto interesante de cultura lógicamente que exigirá presupuesto y esto es lo que se evita desde lo político.

Los llamados talleres barriales a menudo se prestan para utilizar clientelísticamente a la demanda artesanal cultural. Los espacios de verdadera y espontánea participación cultural, si no responden a quienes controlan estas actividades, serán cerrados o inhabilitados.[2] Tienen miedo estas instituciones de apoyar a quienes trabajan con profundidad y dedicación. Dudan porque no saben, les provoca miedo que los temas que se tratan en esos espacios sin control, provoquen algún conflicto que los involucre, situación que nunca están dispuestos a aclarar. Ellos utilizan sus presupuestos en medio de una sociedad llena de conflictos sin resolver, pero siempre evitando o minimizando esta realidad compleja. También debo admitir que en algunas gestiones se incurre en nepotismo, esto de portar apellido en Comodoro Rivadavia hoy se volvió algo más que simple miopía o indiferencia. Basta con ver los libros editados y financiados por el Municipio de Comodoro Rivadavia y enseguida sabremos a qué apellidos ligados a lo cultural nos estamos refiriendo.

Desde un tiempo a esta parte hay una producción histórica regional que no proviene mayormente de la universidad local. Esto debe ser tomado como un incentivo a investigar y así parece que está sucediendo. Esto provocó que desde lo académico sugiera una tendencia muy nueva a aparecer más seguido en los medios de comunicación locales y publicar, actitud que un tiempo atrás los académicos no exhibían y que últimamente es muy evidente.

Hay que reconocer que esa prolífica bibliografía regional contiene de todo. Existen quienes escriben relatos históricos sin documentar; como si éste naciera “en primera persona”, sin referenciar ni agregar notas al pie convirtiéndolas en “anecdotarios”, pero también hay quien positivamente lo hace referenciando o señalando al pie como corresponde, esto salta al consultar algunos de los libros ya editados. También hay libros de historia regional de ediciones bilingües, a todo color y repletos de fotografías; impresiones costosas cuya circulación está dirigida al turismo de alto recurso o a las empresas y políticos, cuyos obsequios apuntan a este tipo de ediciones.

Como antes explicaba, existen versiones de temáticas históricas que simplifican la compleja y violenta relación de la seguridad en la frontera comparándola con esa imagen mítica y falsa del “Lejano Oeste”. Una visión congelada que, como aclaraba en el prólogo de mi libro “Historias de Frontera”, nunca desentraña ni explica los verdaderos motivos de los hechos. Pero lo cierto es que hay una producción muy valiosa, patrimonio histórico ya editado, que incluso permitiría a los profesionales de la historia utilizar esos textos de alguna manera correcta; como ya es evidente lo hacen, pero no fueron editados esos libros sólo para llegar sin esfuerzo a las fuentes directas, con la excusa de trabajar con fuentes originales. Hablando de profesionalismo, hay que ser coherentes y más allá del juicio de valor que esto merezca; vale la pena recordarles a algunos historiadores académicos que siempre deberían agregar esos textos que consultan en sus propias bibliografías. No siempre lo hacen y mucho menos lo difunden entre el alumnado.

Quizás algún día el egoísmo, la mezquindad intelectual deje paso a investigadores íntegros, capaces de distinguir entre quién pretende aparecer como gran conocedor de la Patagonia y en realidad no fue más allá de la zona de la que describió. Entre quiénes omiten libros que leyeron y luego utilizaron para rastrear documentos, sin mencionarlos estos libros en la bibliografía. Nuestros “Chatwins”, pero que ni siquiera llegan a promover el conocimiento por la Patagonia, como sí logró hacerlo el inglés.

Cuando hacía referencia a una tradición de historiadores regionales “no académicos”, no sólo hablaba de esa producción que no se detuvo ni se detiene; sino a que al poner en circulación textos referidos al Sur de Chubut han descentrado ese eje historiográfico que recurrentemente pasaba solamente por la historia de los galeses en la Patagonia. Un tema del que ya existe abundante bibliografía y de la que se han sacado importantes recursos turísticos.

Desde Gorraiz Beloqui a Rodolfo Casamiquela, hoy ya aceptado y asimilado plenamente en el mundo académico; desde Osvaldo Bayer, a nuestro Luis Ángel Terraza, pasando por Enrique José Perea, Ramón Minieri, Chelé Díaz o Mario Echevarría Baleta, Gregorio Álvarez en Neuquen, o Héctor Raúl “Gato” Ossés,[3] también recientemente por Delfín Tejedor en Perito Moreno, Armando Ordóñez y Ricardo Rivera en Trelew, Carlos Alberto Reinoso en Caleta Olivia, Raine Golab en Esquel, Rodolfo Santellán en Astra, Luis Chucair o Luis Matamala en Río Negro definitiva el espectro de “rescatadores de la memoria” es amplio y diverso.

El turismo cultural en nuestra Patagonia todavía espera que los principales operadores del mercado se informen, o que se acerquen a quienes conocen historias. Hay quienes aún se asombran con cada libro que relata historias de vida atractivas y desconocidas. Personalmente, no está en mi ánimo de historiador regional el contar las versiones desconocidas de la historia a través de lo escrito –sería como cambiar una figurita por otra- y este no es el objetivo del historiador. Aunque inevitablemente a veces eso sucede, todo depende de la lectura que del texto se haga, pero además siempre habrá allí algo de material que mostrará circunstancias complejas de vida, nativos e inmigrantes desconocidos y de diversas culturas, dificultades para adaptarse y resistencia a las imposiciones de una sociedad con doble discurso.

Tenemos en Chubut un Congreso de Historia que se realiza cada dos años, pero algunas veces está siendo acaparado por trabajos académicos que muchas veces no tienen otra particularidad que la de exhibir una interminable acumulación de citas teóricas de pensadores extranjeros. Allí se ha escuchado de todo; desde “El uso del tiempo libre en sociedades indígenas”, un concepto extrapolado de las sociedades industriales que no existía, ni nada tiene que ver con la concepción integral del tiempo de las culturas originarias, pasando por el caso de una llamativa presentación del llamado “Rito de Paso”, esa transición entre pubertad y adultez, pero interpretado y presentado erróneamente por una “historiadora profesional”, como si esto significara cambiarse de un lugar geográfico a otro.[4] Por suerte los vientos de cambio han llegado y últimamente hay ponencias menos técnicas y de un formato más interesante para quién se acerque a escuchar. El caso de Luis Carreño en el VI Congreso puede servir de ejemplo.

Específicamente esta historiadora del “Rito de Paso”, varias veces a incurrido en no citar bibliografía existente y que me consta conoce, especialmente sobre el Departamento Tehuelches, donde actualmente investiga. Esta actitud discriminatoria para una investigadora supuestamente seria, no sólo perjudica a los autores, sino que presentaría una visión parcializada del territorio en cuestión, al no tomar en cuenta explícitamente datos muy importantes, ya editados a la fecha de sus publicaciones. Hace poco escribió un artículo sobre los conflictos sociales originados en torno a las Comisiones de Fomento:[5] Analizaba en este caso las practicas llamadas “nacionales” en el fomentisto, haciendo referencia -por ejemplo- al problema entre el tipo de representatividad que podían tener las personas extranjeras que integraban las autoridades comunales de la Colonia General San Martín, pero olvidaba citar algo muy importante: que esta localidad fue creada como “Reserva Indígena”, ya esta situación especial en sí, podía generar –era imposible no lo hiciera- este tipo de conflictos con más razón, al punto de que yo mismo planteo en el libro de mi autoría sobre Gobernador Costa, que existe una razón muy importante y esta permite explicar por qué, en un lugar como Patagonia, donde el espacio geográfico es explícito y evidente, no necesita explicarse salvo a niveles de “propiedad”, casualmente haya un pueblo tan cercano del otro. No hay muchos ejemplos así en la región. En todo caso debiera preguntarse quiénes eran los “indígenas” pobladores y que grado de representatividad sobre ellos podían tener los extranjeros. En el marco de análisis de la representatividad ¿Cómo puede ser posible obviar estos datos?.

Los fundamentos de la creación de esta localidad, como esto fue que sucedió, más una hipótesis explicativa de por qué, coexistan dos pueblos separados por sólo diez kilómetros entre sí, ya estaba en uno de los libros que ella significativamente había subestimado.[6] Otro caso parecido se dará con el investigador Gabriel Carrizo cuando escribe su capítulo en “Resistir en la frontera”, allí trata sobre el cuerpo de la llamada “Policía Fronteriza”, sin tomar en cuenta la bibliografía local existente sobre el tema. Como resultado, produce un trabajo incompleto, erróneo y con preguntas irresueltas, que se contestarían solas, de haber leído e incluido esas fuentes ya existentes.

La búsqueda del saber y la actividad académica llevada al extremo de la especialización y la profesionalización a través de “papers” -señala Eduardo Glavich-[7] ha contribuido a minar la solidez de las disciplinas científicas. Agrega además que si esos escritos se vuelven demasiado técnicos al punto de que nadie los quiere leer ni escuchar, en el marco de congresos y simposios, y mucho menos en los ámbitos de la vida privada, entonces la legitimidad teórica y la idea misma de su utilidad efectiva estará en crisis aguda. Otro ejemplo lo da el sociólogo Emilio de Ipola cuando en su trabajo “Tristes tópicos” se burla de la retórica estéril y desesperante que tantas veces adopta el lenguaje académico, además de opinar que la ciencia social sólo es posible cuando transmite afirmaciones y decisiones intelectuales en primera persona.

Buscando no caer en la conformación de corporaciones, se evitaría caer en los intentos de establecer “leyes de incumbencia profesional” que atenten contra quienes investigan libremente y sin compromisos de ningún tipo. También se debería tratar de no caer, principalmente en ámbitos universitarios tal como ya sucede, en ocupar el tiempo en eternas disputas por los espacios ocupacionales y los cargos que estas instituciones disponen. Por otro lado dejar un poco más de lado la competencia y las disputas mezquinas por los cargos.

Otro aspecto bastante relegado en nuestra provincia es el de la producción de documentales, un aspecto que lentamente parece estar cambiando, el de las publicaciones específicas dedicadas a fotografías antiguas, que puedan abarcar temas como inmigración etc. Los archivos nuestros rebozan de fotos que a veces no alcanzan a entrar en los libros por cuestiones de espacio y presupuesto. A nuestros “intermediarios culturales”, quienes siempre actuaron de anfitriones para las fundaciones y empresas supuestamente dispuestas a invertir en cultura, últimamente de gente como el grupo Antorchas, por ejemplo: ¿Nunca se les ocurrió señalar a quienes poseen estos archivos personales, o informar al menos sobre esta posibilidad?. Tendremos que ocuparnos nosotros mismos de que nos tomen en cuenta o que elaboren listas en donde no exista discriminación o favoritismo.

En estos tiempos en que muchos se sumergen en mitos célticos, yo elijo una vez más hacerlo en nuestra compleja, interesante y a veces, desconocida historia regional. En este nuevo libro, el quinto de historia regional nos acercamos a historias de vidas que aparecen contextualizadas dentro de un complejo circuito de producción y circulación de bienes, puntos de vista que referencialmente nos permite descentrarnos de lo meramente regional para interconectarlos dentro de las dinámicas del conjunto nacional y mundial. Estos flujos de comercialización que rodean la vida de cada uno de los actores involucrados, intentan mostrar como contexto, estructuras dominantes y mecanismos de acumulación de capital que conformaron nuestro pasado. Dentro de esta misma dinámica y de redes de relaciones sociales hay que tratar de comprender las tensiones políticas de la época. Para que estos conflictos no queden aislados tampoco del contexto mundial, es que a veces se hace necesario describir la circulación de ideologías políticas de cada época. Hoy varios libros que hacen referencia Puerto Deseado ya han sido editados. ¿Se dijo como corresponde explicar alguna vez, que cuando hubo elecciones municipales democráticas por primera vez en Puerto Deseado, la ganaron por dos veces consecutivas los socialistas?

En estas áreas de frontera con características y existencia propias, ya no alcanzan para explicar su historia las publicaciones institucionales. Esos libros que relataban la historia de las provincias y que eran encargados a determinados autores que no irían mucho más allá de lo formal; en ellos hoy ya no hay estimulación para el estudiante o para quien conoce un poco más. En sus páginas no se encuentran hechos que marcaron a fuego la memoria colectiva y que son, a veces, evitados deliberadamente. ¿Existe alguna referencia a las huelgas rurales de 1921 – 1922, en “El Consultor Patagónico”, por ejemplo?

Tampoco alcanza la perimida y siempre incompleta visión enciclopédica. Quien se encargue hoy de este trabajo interminable, deberá pasar el resto de sus días corrigiendo errores involuntarios.

Aparte de esta reflexión sobre el campo de la historia y de quienes legitiman lo que se escribe, éste escrito iba como posible introducción a mi nuevo libro, pero luego opté por el prólogo que gentilmente elaboró Cristian Aliaga; pero ¿De qué trata este nuevo libro de alguien que se toma la libertad de opinar sobre estas cosas de la historia y de quienes participan en este campo de las ciencias sociales?

Consta de varios capítulos que contienen las historias contextualizadas de vida de personas cuyos aportes a la historia patagónica fueron importantes y que a mí criterio, merecen que sus “voces” no queden silenciadas u olvidadas. Inmigrantes algunos, cuyos apellidos remiten a un lugar, una empresa o directamente a sujetos que realizaron esfuerzos notables que escaparon al imaginario social y cuya última señal estaba a punto de desaparecer en la memoria o en los documentos de sus ancianos descendientes.

Al hablar del inglés Richard Clarke, cómo no intentar reconstruir lo que fue Súnica, un histórico e importante paraje cercano a Trevelin anterior a Esquel y del que como referencia, apenas quedan hoy unas tumbas solitarias dentro de un campo privado. Su hijo hoy es vecino de la zona Norte de Comodoro Rivadavia y con él quizás se pierdan los papeles y documentos de su familia. Tan interesante como descubrir aspectos de su vida fue para mí, internarme con mi amiga Raine Golab por el llamado “Camino de Los Rifleros” en busca de ese mítico paraje desaparecido donde se había realizado el último parlamento indígena antes de finalizar la llamada “campaña del Desierto”. Involucrarme en encontrar las lápidas, o el lugar donde estuvo el viejo destacamento policial de Mateo Gebhard, o la oficina telegráfica de Medardo Morelli significó para mí algo más que escribir. Una experiencia muy parecida a la que alguna vez sentí al recorrer el viejo y olvidado cementerio de los Sayhueque en Las Salinas o a la posibilidad de ver de cerca las tumbas de Bajo Pisagua, en la desembocadura del Baker.

También aparece la vida del arriero inglés William Norris, cuyo hijo John vive frente a la degradada Plaza de Constitución, en el contexto actual de un Buenos Aires cada día más violento. De las cartas de William... me atrapó poder “entrar” un poco a sus viajes a caballo, atravesando la desértica meseta del territorio de Santa Cruz en busca de un paso hacia el otro lado de la Cordillera. Hoy se llama y se conoce como “Paso Roballos” al lugar. Por otro lado; tan solo uno de los arreos de Norris merece ser recordado, no sólo por el largo itinerario recorrido, sino por el respeto que se ganó entre los desconfiados paisanos criollos al no perder animales. Norris es además, quién encontró desfallecientes y cavó personalmente las tumbas de las víctimas de la “Compañía Explotadora del Baker” en un islote de Bajo Pisagua. Un alejado lugar al que pude llegar personalmente un verano no muy lejano. Una etapa de la vida de William Norris que más detalladamente, como relato pertenece a “Historias de Frontera”, mi libro anterior.

Siempre con eso presente de no escribir sobre lugares que no haya conocido, todavía recuerdo los atardeceres pescando a orillas del Baker con mi amigo Sergio Dueñas. Las charlas de fogón con mochileros de varios países, siendo los únicos argentinos que circulábamos por ahí durante ese verano. Convencer a los demás acampantes para alquilar entre todos la embarcación que nos acercaría a la “Isla de los Muertos”. El sitio del estuario del Baker donde aún quedaban más de treinta y seis tumbas de los muertos que sepultó Norris más de ochenta años atrás. Era fin de febrero cuando dejamos Caleta Tortel.

En todos estos años de transitar caminos poco conocidos, de compartir campamentos y lugares donde no hay otra manera para llegar que a caballo, a pié o navegando, conocí más gente extranjera que criolla. Algunas veces viajé sólo y otras acompañado, agradezco a quienes se sumaron a estos proyectos de viaje y los compartieron conmigo. Entre ellos a Sergio Dueñas, Gabriel Bernata, Graciela Schweighoffer, Ernesto Di Lorenzo y a cada viajero desconocido que por días o semanas compartimos caminos, senderos y huellas.

También hay algo más en este libro sobre Pío Quinto Vargas, el más primitivo y desconfiado de los crianceros de Corcovado. Ya en “Historias de Frontera” me explayé sobre sus formas de relacionarse socialmente y de sus andanzas durante el secuestro del hacendado Ramos Otero. Hay en ellos un claro ejemplo de dos mundos diferentes que se superponían: Vargas que ocupaba de hecho la tierra fiscal por años y Ramos Otero que representaba a esa clase privilegiada que tenía acceso legal a la tenencia de la tierra. Vargas debió enfrentarse sin medios intelectuales a la nueva situación y con su personalidad ganada a rebenque y cuchillo, no iba a quedarse inmóvil viendo como su tierra era entregada a extraños que llegaban con papeles legales de adjudicación. Un drama que muchos debieron padecer y cuyos casos, si no trascendieron, es porque la violencia no alcanzó límites en la que tuvo que intervenir la Justicia. Este importante personaje quedó relegado y pasó desapercibido en su verdadera importancia. Mucho se dijo sobre los bandoleros y Ramos Otero, pero todos quedaron con una duda sin responder ¿Por qué nunca llega a la familia Otero el pedido de dinero de rescate por la víctima secuestrada?. Mi versión definitiva del tema aparece en este nuevo capítulo. El secuestro de Ramos Otero es un encargo de Pío Quinto Vargas a los secuestradores. De allí vendría el dinero y no de la familia de Otero, por eso la pregunta que todavía se hacen algunos historiadores que hasta hoy se ocuparon del caso es equivocada y nunca se le encontrará respuesta. Hoy Corcovado está en los medios nacionales por problemas originados en la venta de tierras fiscales. Mucho se podría decir de esto, prefiero recordar su gente y sus paisajes.

De los grandes comerciantes exportadores de lana de la Patagonia puede decirse mucho; basta mencionar el conocido apellido Lahusen y enseguida se encontrará con miles de pobladores que guardan buenos recuerdos de esta prestigiosa firma comercial. Es que ellos fueron pioneros en lugares donde otros comercios no llegaban. Como ser, decir Piedra Shotel, un paraje hoy desaparecido o deshabitado, era antes sinónimo de Lahusen.[8] Aquí en el libro esta la historia de esta familia alemana, del primer familiar de ellos que arribó tempranamente a nuestro país. De cómo se desarrolló la firma industrial textil con relación a ellos en Alemania. La llegada a la Argentina del primer Lahusen y su inserción en el medio rural patagónico. El complejo sistema administrativo comparable a un banco, que de algún modo debemos reconocer que por cierto tiempo reemplazaron a estas instituciones, cuando aún no tenían presencia en la campaña.

Durante la década del 30 y luego en la Segunda Guerra Mundial, la economía internacional cambió drásticamente y las crisis financieras trastocaron todas las relaciones comerciales y sociales. Esto llegó a repercutir en el mercado de lanas y la firma Lahusen, que otorgaba prestamos y cuentas corrientes con garantía de prenda agraria, hizo sentir en el ámbito rural las repercusiones del capital. Desde la casa central de Alemania la presión llegó y la intervención obligó a ejecutar deudas impagas. Eso pudo arrojar sombras negativas sobre sus perfectas contabilidades o sus impecables libros administrativos. Muchos pobladores que no pudieron afrontar sus deudas perdieron sus animales y la tierra.

Esta aquí también la historia de los hermanos Thiess Kubaseck; dos alemanes que desde Trelew uno y en San Julián el otro, entrelazaron sus vidas en el devenir comercial de nuestra Patagonia. Ambos se situaron en la costa pero operaron hacia el interior de la campaña. Ambos representaron intereses importantes que los llevaron a relacionarse con fuerzas económicas y políticas, poderes cuya influencia trascendía por el mundo. Ninguno de los dos fue ajeno a esas fuerzas que entre ingleses y alemanes pujaban por los intereses comerciales de exportación y en esa realidad se vieron involucrados. Estas tres historias de alemanes están tomadas de mi trabajo inédito sobre la colonización germana en la Patagonia.

Luego nos encontramos con la historia de un paisano chileno nacido a principios del Siglo XX. La vida del hombre común esta llena de acontecimientos cotidianos que describen costumbres y formas de vida en vertiginosa desaparición. La “argentinidad” o la “chilenidad” hoy apenas sobrevive en pequeños pueblos o en individuos cuyas costumbres, poco han sido contaminadas por el llamado “progreso”. Se llamaba Guillermo Barril y recorrió desde chico la campaña. Primero como peón, arriero, luego medianero y por último practicó el oficio de carretero. Un día se le ocurrió escribir su vida y dejó un manuscrito lleno de nombres de personas y lugares. De situaciones de vida y de costumbres. Mi trabajo sobre historias de vida siempre esta centrado en la búsqueda de material oral y documental para reconstruirlas; aquí sólo debí ocuparme en rescribir, referenciar y contextualizar sus memorias.

Otra historia más reciente, pero también relacionada a la Segunda Guerra Mundial, tiene que ver con la presencia de un grupo de colonos Belgas en las costas de Lago Buenos Aires. Cualquiera que se instale unos días en el bello pueblo de Los Antiguos, obligadamente pasará por la chacra de Claudio Mendieta. Este chacarero productor y exportador de dulces y fruta fina, es descendiente de uno de los pioneros de este grupo de belgas que al finalizar la guerra deciden dejar Europa y radicarse en América. Aquí esta la historia de ellos.

En la misma geografía que hicieron su aporte inmigratorio los belgas se desarrolló la llamada “Guerra de Chile Chico” o “Sucesos del lago Buenos Aires”, tal como lo llamaron nuestros diarios nacionales. Un nuevo capítulo dedicado al tema expone la visión del conflicto a través de los medios nacionales. Pero además permite comprender el escenario de los hechos de una manera mucha más amplia, ya que el conflicto entre paisanos, carabineros y fuerzas del ejército argentino, que debieron intervenir a último momento, se dirimió en gran parte en territorio argentino. No fue un conflicto que se limitó al territorio de Chile. Por otro lado la convivencia y solidaridad entre paisanos, hacia uno y otro lado de la frontera era algo tan real como los hechos, y eso determinó que a las fuerzas que se revelaron contra los grandes latifundios, se le sumara el gauchaje argentino. Los carabineros se refugiaron en uno de los tantos campos que las familias poderosas de Punta Arenas tenían en las cercanías de la frontera. Esto era el campo “la Ascensión” y determinó que los paisanos cruzaran la frontera para enfrentarlos. Al circular armados por territorio argentino, alarmó significativamente a parte de la población urbana y rural de la Patagonia Argentina. Esto no había quedado claro en la bibliografía regional sobre el tema.

Esta mirada personal sobre temas patagónicos me llevó a preguntarme cómo se fue construyendo el saber existente hoy acerca de los pueblos originarios. Durante años busqué a los descendientes del italiano Antonio Gargaglione. Logrado esto, con un pequeño capítulo aspiro a devolver a la memoria colectiva, quién fue, cómo llegó a estas tierras y qué trabajo realizó este poblador con ayuda del desconocido Agapito Sánchez.

Esta es la tierra que un día le robamos a los pueblos originarios y que ahora, perseguidos, pensamos que siempre alguien está por hacernos lo mismo. Chilenos, alemanes, judíos, ahora chinos. Quizás porque conocemos esas leyes inexorables del capitalismo, o quizás la culpa... esa herencia de un catolicismo cerrado.

Aquí es donde el paisano desconocido dejó sus huesos junto al caballo, mientras el turco comerciante le puso precio y luego mostrador a su largo deambular. Aquí es donde no vale la pena ejercer de literato porque las historias ya están hechas, sólo hace falta escribirlas. Para esto primero hace falta salir a encontrarlas. Con esto quiero que lector o los interesados, conozcan sin intermediarios las condiciones en que se produce en la Patagonia, otra parte de la realidad cultural.

En el año 2005, diecinueve historiadores franceses dieron a conocer un manifiesto titulado “Libertad para la historia”, allí entre otros conceptos, según Marc Ferro, declaraban su rechazo a las cada vez más frecuentes intervenciones políticas en la estimación de los sucesos del pasado. Reconocen que: “La historia puede ser perturbadora”, inclusive para aquellas comunidades culturales dispuestas a reconocer que la colonización pudo ser positiva, pero Marc Ferro se hace la pregunta: ¿para quién?.

En Chubut el Ministerio de la Producción implementó un interesante programa llamado “Dé qué va a vivir mi pueblo” y convocó a tres instituciones para firmar un convenio. con el objetivo de recopilar información histórica. Este convenio entre universidad, municipios y gobierno provincial, terminará de quitarles la poca autonomía que ya disponían los municipios, ya no habrá libertad para que la propia comunidad pueda elegir quién escribirá su historia, por una sencilla razón: existe este convenio. Una propuesta de este tipo fue antes puesta en vigencia por un ex concejal de la Villa Balnearia Rada Tilly, me lo comentó orgulloso con la idea, mientras presentaba un libro mío en Trelew. Acto seguido y tratando de comprender como lo iban a implementar, le pregunté si nombrarían a una sola persona para que se encargue de todas las historias – como quedó pensativo- le pregunté si era algún universitario y que me dijera quién. No supo responder.

En este nuevo programa del Ministerio de la Producción, la universidad deberá decir –aprobado el presupuesto- quién deberá hacerse cargo del trabajo, cuando y como; el municipio deberá aceptarlo y luego la provincia editarlo. Esta forma de asociación cultural netamente corporativa, asegura el campo de trabajo para aquellos profesionales que estén en el ámbito académico, tendrán intervención los municipios con más poder, pero indudablemente todo será más controlado, más burocratizado y todos sabemos cuanto cuesta aprobar presupuestos, mientras tanto estaremos igual o quizás peor. Y como si esto fuera poco: ¿Quién garantizará que se mencione como corresponde la bibliografía existente?. Creo que aparte de analizar el discurso, habrá que pedirles analicen antes el doble discurso.

Según Liliana Hecker para algunos escritores la polémica es un género en sí mismo, son lo contrario de las guerras: nadie muere ni mata en ellas, cuando me adentro en esto ni siquiera sé o me interesa saber si alguien gana o pierde; en última instancia será enriquecedor y habrá un tercero (el lector) quién, de la confrontación de dos sistemas de ideas sacará sus propias conclusiones.

La historia puede ser perturbadora cuando deja al descubierto la trama de complicidades, o desentraña los mecanismos no siempre explícitos que operan detrás de los hechos. Siempre hubo injusticia, violencia y dolor, pero poder determinar que mecanismos de poder generaban estas situaciones es el trabajo de quien investiga en ciencias sociales. El historiador Ramón Minieri opina que historia crítica es sinónimo de contexto, pero por lo visto (o mejor dicho: lo leído en algunos casos) todavía muchos historiadores permanecen atados al anecdotario pintoresco y superfluo, otros, desde una supuesta excelencia académica exhiben una erudita como agobiable lista de referencias y citas que ahuyentan a los posibles lectores. Esta situación pone en evidencia la falta de compromiso con el medio y el contexto y uno termina preguntándose para quién escriben si el discurso histórico no sale de la estantería de la biblioteca universitaria y no llega nunca a la gente común.

El pasado siempre ha sido el resultado del razonamiento sobre valores y en esto lo ideológico siempre estará presente. Me pregunto si estas diferencias que luego se transformarán en versiones o interpretaciones deben separar a los investigadores. Lógicamente que no hay que caer en la ingenuidad de pensar que los intereses que operan en todo esto no llevan a generar los clásicos círculos cerrados, a la discriminación e incluso a manejos poco democráticos, a la hora de elaborar las listas de invitados a ferias de libro, congresos o eventos pertinentes a las ciencias sociales.

En todo caso debemos preguntarnos qué cosas defendemos cuando no aceptamos las opiniones que no coinciden con lo que postulamos o escribimos... ¿Acaso el pensamiento hegemónico no debe cuestionarse? Si es así no estamos lejos de la Edad Media... ¿Nos adueñamos de los temas y tememos la mirada diferente?

En historia es urgente e imprescindible generar espacios de debate, dejar de lado el sectarismo egoísta, el comentario mal habido o la calumnia sin la posibilidad de confrontar con el adversario ausente.

Hace muchos años que viajo, leo e investigo sobre la Patagonia. He recorrido muchas bibliotecas, he rastreado libros inconseguibles y me he formado de una biblioteca interesante. He buscado y hallado documentos muy interesantes; aclaro esto porque para saber de historia patagónica hay mucho para leer y esto significa andar y moverse; no existe la biblioteca única donde están todos los libros escritos sobre Patagonia, no hay manera de entonces “llegar” y encontrar a toda esa bibliografía junta. Mucho más difícil es todavía conocer qué temas y qué hechos están sin investigar, a medio investigar o han sido tratados con mezquindad ideológica, ni siquiera metodológica...

Como escritor y como investigador de temas patagónicos me fui haciendo de la nada, solo atravesado por una férrea voluntad de conocer y saber; aprendiendo de los errores a escribir, a tratar con diseñadores y editores; como no existe la “biblioteca única”... tampoco existe el lugar específico donde aprender todo lo que se debe saber antes de adquirir experiencia y poder de alguna manera trabajar, dominar técnicas simples pero necesarias de escaneo, o lo más difícil poder conocer temas, exponerlos seguridad y poder discernir o discutir sobre ellos, cuando se encuentra con quien hacerlo sin tener que circunscribirse a la teoría.

Integré la historia oral a la documentación exhibida en mis trabajos, me preguntaron por qué lo hacía... nada me obligaba a no hacerlo. Por eso y todo lo dicho anteriormente, siempre hablaré de la necesidad de espacios de debate, de intercambio de ideas, de oxigenación de saberes, no es solo patrimonio de gente conservadora o de unos pocos los temas de historia. No debe hablarse de identidad sino de identidades, algo que parece a algunos les cuesta reconocerlo. No hay temas de especialistas, lo social no es un laboratorio de muestras restringidas.

Hay mucho de historia en común entre la Patagonia chilena y argentina, también hay quienes prefieren negarlo u ocultarlo, hay quién necesita ser el “descubridor” de ciertos temas y espera y silencia lo que otros hacen hasta exponerlo ellos. Hay procesos históricos en común o diferenciados, pero que deben cotejarse mutuamente. De qué sirve el título, la mejor biblioteca si no se aporta algo al medio, entre la gente donde se desarrollan todos los acontecimientos. Si no se sociabilizan los conocimientos para saber cómo han ocurrido las cosas; de no hacer este ejercicio nos convertiremos en meros guardianes de la historia oficial, de la versión del vencedor, de la gesta del pionero, de los dueños de la palabra, es decir de todo...

Me excuso de agregar la lista bibliográfica completa que aparece en mis libros por una cuestión de espacio, quien necesite consultarla sabrá donde hallarla entonces. Solo aparece aquí la bibliografía necesaria a algunas referencias mencionadas. Parece que Patagonia es uno de los pocos lugares del mundo que tanta bibliografía ha dado.



Ernesto Maggiori



BIBLIOGRAFÍA:



CARRERA Iñigo, Nicolás.

1998 – “La investigación en historia: ¿Disciplina científica o corporación profesional? – Revista Contraviento N° 1 – Río Gallegos – Santa Cruz.



DE MATTEO, Sergio.

2005 – “Editorial” – Revista cultural “Museo Salvaje” de La Pampa N° 14.



BAEZA, Brígida Norma.

2003 – “Resistir en la frontera” – Brígida Baeza y Daniel Márquez (compiladores) – Imprenta Gráfica Andrade – Comodoro Rivadavia.

2005 – “Los vecinos de Colonia General San Martín” – Revista Pueblos y Fronteras N° 6- El Bolsón.

2005 - “El “rito de pasaje” y las imágenes de la frontera chileno – argentina. El caso de Futaleufú” - Brígida Baeza – Edición del IV Congreso de Historia Social y Política de la Patagonia Argentino – Chilena. – Secretaría de Cultura del Chubut.



FERRO, Marc.

2006 – “Contra la policía del pensamiento” – Entrevista diario El Mercurio – Edición del 22 de octubre.



IPOLA, Emilio de.

2006 – “Tristes tópicos” – Ediciones de La Flor.



LORCA, Javier.

2006 – “La herencia de la dictadura en la UBA” – Diario Página 12 – 14 de mayo.



MINIERI, Ramón.

2006 – “Ese ajeno sur” – Fondo Editorial Rionegrino.



ZARATIEGUI, Nelsa.

2006 – “Estación El Maitén, representaciones y prácticas culturales en torno a la trochita” – Grupo de Amigos del Libro Patagónico. El Bolsón.









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[1] Los archivos del ferrocarril de El Maitén también fueron quemados, según la investigadora Nelsa Zaratiegui.

[2] El caso del pub “Roho” fue uno de estos ejemplos. Allí había escritores, dibujantes, plásticos, diseñadores, músicos, actores, artesanos, grupos de rock, gente capaz de organizar eventos exitosos como se demostró muchas veces. Pero enseguida se encontró excusas para clausurarlo.

[3] Que aparte de hacerlo desde distintas vertientes artísticas, hace poco me cedieron copia de la “Memoria de José Castagño”, gracias a gente de Pico Truncado que se interesa por temas históricos.

[4] “El “rito de pasaje” y las imágenes de la frontera chileno – argentina. El caso de Futaleufú. Brígida Baeza – IV Congreso de Historia Social y Política, Trevelin, Chubut.

[5] “Los vecinos de Colonia General San Martín” Brígida Norma Baeza. Revista “Pueblos y Fronteras” N° 6 – 2005.

[6] “Acá vamos a fundar un pueblo y se va a llamar Gobernador Costa” – Ernesto Maggiori . Edición febrero de 2003. El libro contiene datos de los pueblos y parajes del Valle del Genoa, como Colonia San Martín, Piedra Shotel y Nueva Lubecka.

[7] En “Imposturas intelectuales en las ciencias sociales” de Fernando Savater. Artículo periodístico.

[8] En “Acá vamos a plantar un pueblo y se va a llamar Gobernador Costa” se encuentra la historia y ubicación de este paraje.



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1 comentario:

Anónimo dijo...

decía en el otro ensayo que me parecia que este ensayo de maggiore de alguna manera le contesta al de moises...sobre todo cuando maggiore indica sobre "historizar sin politizar" cómo les gustaría a algunos, pero por suerte hay historiadores serios que no hacen catalogos de museo, que ponen a la historia viva a testimoniar en el presente. bravo.
claudia

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Bienvenidos!!!

Este espacio es un homenaje a un Grupo Literario que existiò el la Patagonia y del que tuve el honor de ser una de las fundadoras. Este grupo, ademàs de su labor poètica y una gran militancia en el campo de las letras y la cultura, iniciò una crìtica literaria en la zona.
Me gustarìa compartir con los lectores trabajos de crìtica literaria, textos inèditos, etc... en fin... lo iremos haciendo entre todos. Se aceptan sugerencias
La foto que encabeza la pàgina es del lugar donde vivo: Puerto San Juliàn, en el Vìa Lucis -sobre el Monte Cristo-Patagonia.

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Puerto San Juliàn, Santa Cruz, Argentina
poeta, narradora, crìtica literaria,madre de tres hijos, casada, ama de casa.