martes, 27 de abril de 2010

De lo que vió Gaspar Quesada, luego de su muerte





De lo que vió Gaspar Quesada, luego de su muerte


Ahí lo veo al pobre Juan, junto con el curita, llorar a lágrima viva, lágrima seca, porque ya la falta de agua hace estragos en sus lenguas, han llegado a beber el charco de sangre que Luis, de propia mano hiciera al cortar mi cuello...por aquí y por allá han dejado las partes de mi cuerpo, para que no resucite el día que llamen a los buenos (yo estaba casi seguro que no sería llamado, no obstante duele ser tan malquerido!!) y por propia mano del criado de uno. Por acá y por acullá andan los pedazos del cuerpo de Mendoza, sólo este patíbulo marca que por ahi andamos, junto con los gritos espeluznantes de la gaviotas y petreles...los pobres diablos de Juan y Sanchez de la Reina las persiguen y parece que jugaran a cierta ronda trágica, los infelices (grises sus rostros,sumidos sus cuerpos por la desesperación). Yo prefiero mi suerte sin embargo, me visitan las carcomas y veré desde aquí cómo, poco a poco, se les muere la esperanza que yo ya no tengo...
Los indios hacen muecas desde la otra orilla, ululan las pobres bestias, y yo creo que piden cuentas (en su extraña jerga) sobre los indios secuestrados en la Nao...no queda claro si quieren ayudar a los prisioneros, o matarlos, y es probable que los pobres prefieran lo segundo...
Unos pocos metros más al sur está la cabeza de Mendoza...los gusanos de mar me habían contado y noches de luna llena vi la luminiscencia de los parásitos que me lo señalaron...afilé mis oídos tapados de caracolas para escuchar su murmullo. Invectivas, maldiciones, dichas entre dientes contra Hernando “que si hubieran hecho así, si no se hubieran entregado esos cobardes, y si hubiéramos logrado alcanzar aguas abiertas con la Santiago y la Concepción”; reconozco haberlo azuzado un poco, calentádole la oreja, volcándole veneno solo para entretenerme “que si Elcano dijo esto de tí, y que Coca lo otro” y de su furia resollaba el pobre de impotencia, bufaba y de su boca, ya sin dientes, salía una espuma amarillenta, mezclada de cantos rodados, y de algas marinas. Poco a poco empezó a callar, su lengua ya endurecida, sólo la luz de sus furiosos ojos sea percibía por las noches, y tiempo después, ya ni eso.
Desde el lugar donde mi cabeza estaba cautiva e inmóvil, veía los movimientos llorosos de Sanchez de la Reina y de Juan de Cartagena, los veo agitarse desesperadamente, subir y bajar las manos, escarbar el fango de la Isla buscando, quizás, algo de comer...pero fuego no hay, ni tampoco con qué encenderlo, y el piso húmedo por el flujo y reflujo de mareas ha deshecho sus calzados y sus pies se deshacen en jirones de piel, nada hay que comer...ni de beber; y las alucinaciones de los pobres infelices le hacen hablar de manjares exquisitos en lejanas cortes, de abundancias y riquezas, en copas servidas por doradas huríes, semidesnudas...el cura olvidó rápidamente sus votos y su fe en esta tierra desdiosada.
Tiempo después -quién sabe cuánto- sólo gemidos escapaban de los cuerpos escaldados y sarnosos de los pobres náufragos, y cuando los gemidos se hicieron más espaciados y ya no se oía ni castañeteos de los pocos dientes que les quedaban supe que se habían muerto. Se murieron sin furia. Sin sentido de sí. Sólo se apagaron sin más ni más. Ni como interlocutores me sirvieron, luego de que Mendoza se quedara en silencio sólo las gaviotas me hicieron compañía.
Yo lo supe siempre, pero lo pude comprobar, no hay Dios aquí, no el nuestro, al menos.
Luego del silencio atroz vinieron los dioses de ellos, a encender fogatas en la costa, a volar sobre mi cabeza suelta en forma de luz, remolinos de luces bellas, cantarinas...sólo que yo no comprendía si sus visitas obedecían a algún tipo de condena o de castigo. Pasaron las estaciones y los indios volvieron, pero ellos parecían no registrar la presencia de sus dioses, razón por la cual me sentí, ya calavera, una especie de elegido...algo había pasado que yo ya no terminaba de morir. Luego vinieron otros barcos, con las cuencas vacías de mis ojos los adivino, sus velas, la silueta azul al horizonte. Bajaban los blancos a mi tierra, miraban el patíbulo y alguna vez pisaron algún hueso nuestro (ya no había diferencia entre nosotros). Luego armaron un pueblo en la punta suroeste de la bahia...años pasé observando su trajín, desde mi silencio de siglos...nuestros huesos, ya polvo, mi cabeza, que ha desaparecido, pero mi presencia (yo no la llamaría fantasma) sigue aquí, atada a esta isla, a este viento y a estas gaviotas, observando los barcos y los témpanos, escuchando el cantar de la toninas, pisoteado por los turistas que llegan en la lancha en el verano...sueño, cuando se producen las mareas extraordinarias, que podré pasar al pueblo a escuchar las otras voces,pero es imposible.
Los fantasmas del viejo cementerio en Punta Caldera me saludan, pero ellos tampoco pueden venir, parecen sujetados por cadenas invisibles y más allá de la fantasía de las gentes, yo sigo aquí.


Claudia Elisabet Sastre
Bahia de Puerto San Julián- abril de 2010-

1 comentario:

El Guanaco Volador dijo...

Felicitaciones por esta entrada.

Tremenda y magnífica a la vez

Un saludo desde el Norte

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Este espacio es un homenaje a un Grupo Literario que existiò el la Patagonia y del que tuve el honor de ser una de las fundadoras. Este grupo, ademàs de su labor poètica y una gran militancia en el campo de las letras y la cultura, iniciò una crìtica literaria en la zona.
Me gustarìa compartir con los lectores trabajos de crìtica literaria, textos inèditos, etc... en fin... lo iremos haciendo entre todos. Se aceptan sugerencias
La foto que encabeza la pàgina es del lugar donde vivo: Puerto San Juliàn, en el Vìa Lucis -sobre el Monte Cristo-Patagonia.

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Puerto San Juliàn, Santa Cruz, Argentina
poeta, narradora, crìtica literaria,madre de tres hijos, casada, ama de casa.