sábado, 21 de junio de 2008

Wasichem

Wasichem (Gualichem)

Luis Quichamal recorría las líneas de alta tensión, como todas las semanas.
Había viento, el cielo se había puesto colorado hacia el oeste, previendo frío; y si mañana paraba el viento, y amanecía oscuro, quizás nieve.
La vieja camioneta verde que usaba para recorrer la estrecha picada , rozaba incesantemente con los piquillines.
Hacia años que Luis repetía esa rutina de soledades. Su rancho se había despoblado de a poco. Con la partida de los hijos a Madryn primero, a estudiar. Y luego su mujer, que cuando los chicos se fueron, no se aguantó mas la soledad del rancho, y se fué tras ellos.
-Como corresponde a una madre-, se dijo Luis en silencio.
El había comprado, con mucho sacrificio, una modesta casita, en un barrio obrero de la ciudad. Y allí se reunía con la familia cada quince o veinte días, cuando se podía.
El mantener a una familia a la distancia, obligaba a ese rudo y callado descendiente de príncipes, a subsistir con una pequeña porción de su ya exiguo sueldo.
El viento del mediodía alteraba los nervios de cualquiera, incluso del más curtido de los paisanos de la región.
Los sonidos parecían venir de todos los lados a la vez. Obligando a los pensamientos de quien estaba expuesto a mezclarse en esa confusión y viajar. Ir y volver de la mente, mas allá de la voluntad. Se metía en los recuerdos y las penas mas escondidas y olvidadas, que junto con ese horizonte seco e implacable, no perdona el minuto fatal de distracción.
Ese preciso minuto fue el que tuvo Luis, que perdido en el laberinto de los recuerdos no pudo ver que el motor de la vetusta camioneta se recalentaba, por falta de agua.
Y lo iba a dejar allí, varado, en medio del campo. Lejos de todo, tan solo como alguien se puede quedar en el medio del desierto.
Cuando Luis pudo advertir el humo negro que salia del capó de la camioneta intuyó que ya era tarde. Igual se bajó, a cumplir con el rito eterno de levantarlo. Solo para comprobar su mala suerte.
La vieja chapa gimió bajo el peso de los años y el óxido.
El recalentamiento de los metales del motor lo condenaban a quedar varado allí.
Por donde solo pasa el viento. Y las criaturas del viento, los guanacos y los choiques.
Pero el tenía sangre aborigen, y era pariente del viento. Generaciones de Quichamal habían sido criados por el viento. Pese a eso tuvo miedo. No tenía agua, hacía frío, y estaba solo. Y ese viento que giraba y soplaba desde todos los puntos cardinales.
No podía quedarse a esperar que alguien pasara. Podían pasar años antes que eso sucediera. Y si se metía al campo no sabia adonde podía ir a parar, pero lo tenía que intentar.
Bajó de la camioneta y observó el horizonte, tratando de encontrar en su memoria la ubicación del puesto mas cercano. Cruzó sin inconvenientes la alambrada que separaba la estrecha picada del campo, y comenzó a caminar. Calculó por la posición del sol que le quedaban aún unas cuatro horas de su compania.
Luego de un rato de caminar, cuando se sentía cansado, paraba para mirar con terquedad si aparecía algun rastro que le indicara alguna presencia humana, pero era inútil.
El sol comenzó a bajar mas aprisa que de costumbre, y la sed se hacia sentir. Solo quedaba del sol un tenue reflejo hacia el oeste, y el todavía no había llegado a ningún lugar seguro.
La idea de pasar la noche a la intemperie le dio terror. Tanto como la figura que se alzaba en el medio del campo. El viento no había parado, y la tierra que levantaba, giraba incesantemente alrededor de ella.
Luis recordó los cuentos de su abuelo en el campo. Las antiguas historias de Wasichem, la vieja, que se robaba los niños y los convertía en piedra. Historia inventadas seguramente para persuadir a los niños de meterse campo adentro, lejos de la vista de sus padres. En ese momento y sin razón lo asaltaron los viejos temores infantiles.
Estaba lejos de la gigantesca figura, que no era más que una de esas extrañas formaciones de toba que suele hallarse en los bajos.
La voz popular conocida de esas formaciones era Gualicho.
Luis sabía que alrededor de ellas suele encontrarse agua, y pese al miedo que sentía por los viejos cuentos del abuelo, la sensatez le decía que si encontraba agua se salvaba.
A medida que se acercaba a la gigantesca figura recordó cada uno de los significado de Wasichem, la giradora, la dueña del viento, la que guía el espíritu de los muertos hacia el mas allá. Pero eso son solo historias. Ese gigante que reinaba en el bajo no era otra cosa que una curiosidad de la geografía del lugar.
Al llegar al pie de la misteriosa figura no encontró agua. Encontró en cambio, algunas ovejas pastando por allí. Y supuso que hacia el anochecer estas buscarían la cercanía de la casa del puestero. Solo debía esperar que ellas emprendieran el regreso, y las seguiría.
No tomó en cuenta Luis, el frío, que comenzaba a entumecerlo. Y se tuvo que sentar al refugio de la extraña figura. Pero el viento no paraba de girar alrededor de ella. Lo golpeaba con sus lenguas heladas, le silbaba en los oídos sonidos, que parecían gritos.
Las ovejas lo miraban a Luis, con sus caras tontas, tomarse la cabeza tratando de no oír esos silbidos enloquecedores, que lo distraían del frío que estaba petrificando su cuerpo.
Pero Luis Quichamal no era hombre de entregarse ante una dificultad. Intentaría salvarse. De lo que fuera, del frío, de Wasichem, de la muerte.
Tomó una caparazón seca de piche, y usándola de rudimentaria pala, comenzó a cavar un refugio, para esconder su cuerpo del viento y del frío. Ese trabajo, a oscuras, le llevó gran parte de la noche, y pudo gracias a él, evitar el congelamiento. Después de cavar el estrecho hueco en que refugiaría su cuerpo, buscó por los alrededores algunos pastos secos. Se lamentó para sus adentros de no tener con que encender un fuego reparador, y de paso también alertar de su presencia a los puesteros. Igual el pasto seco le proporcionaría el calor necesario para la subsistencia.
Solo faltaban unas pocas horas para el amanecer. Cuando hubo terminado la tarea, se recostó en el interior del hueco a esperar que amaneciera, medianamente confortable. Cuidándose de no caer en la tentación de dormirse, que podía ser fatal, y trató de concentrarse en el momento en que el sol asomara por el horizonte, como el reflejo claro hacia el este estaba anunciando.
Entonces dejó de mirar hacia el este, y levantó la vista hacia la figura erguida encima de él. Y pudo distinguir las formas que apenas había adivinado. La bruja de arcilla, que robaba a los niños y los petrificaba lo estaba esperando. Sabiendo que de un momento a otro, el miraría hacia allí. Esperando ver su expresión de miedo, el frío haría todo lo demás.
Entonces el momento del amanecer llegó. Y con él, el frío mas intenso aún. Luis Quichamal se entregó, cansado ya de luchar dentro de su propia tumba.
El sueño intranquilo del frío se hizo su dueño, y las imágenes de niños petrificados por Wasichem lo acompañaron en el camino de su propia muerte.
Las ovejas solo levantaron un poco la vista hacia el pozo donde Luis lanzaba el último estertor de agonía, en forma de un gemido congelado.
Lo encontraron unos cuantos días después, con una expresión de terror pintada en su cara helada. Unos puesteros, de recorrida y por casualidad.
-Se murió de frío, pobre-, dijeron, y cubrieron su cuerpo con una manta, al tiempo que lo cargaban al lomo del caballo.

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Este espacio es un homenaje a un Grupo Literario que existiò el la Patagonia y del que tuve el honor de ser una de las fundadoras. Este grupo, ademàs de su labor poètica y una gran militancia en el campo de las letras y la cultura, iniciò una crìtica literaria en la zona.
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La foto que encabeza la pàgina es del lugar donde vivo: Puerto San Juliàn, en el Vìa Lucis -sobre el Monte Cristo-Patagonia.

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Puerto San Juliàn, Santa Cruz, Argentina
poeta, narradora, crìtica literaria,madre de tres hijos, casada, ama de casa.