miércoles, 5 de noviembre de 2008

Huir de un crimen, huir de sí, huir de la Patagonia- Marcela Arpes

Huir de un crimen, huir de sí, huir de la Patagonia
Marcela Arpes


1. Una versión de road movie patagónica
Huida rara, la última novela de Sebastián Tresguerres, se abre con una escena: el asesinato del comisario López en manos de su subordinado Runfo. ¿Por qué lo mata? No podríamos responder con certezas. Diríamos que casi sin querer, casi como para probar que matar no es algo tan complicado, casi como para recomponer una identidad, liberarse de una máscara y mostrar el verdadero rostro. Casi para afirmar la naturaleza humana. El cadáver al río y luego la huida. Los móviles que sostienen cualquier relato literario o cinematográfico de esta especie están, entonces, mostrados. Un perseguido, dos en este caso porque Runfo recoge antes de huir a su hijo; el o los potenciales perseguidores; el viaje; el nomadismo desertor y, el hecho que une indefectiblemente el mundo del orden y el de la amenaza. Al que huye y al que persigue los conecta un acto detestable, algo que en el imaginario social debe ser punible. Y estamos de acuerdo en que el crimen es un hecho moralmente condenable.
Los personajes escapan en el auto policial primero y, luego, en una camioneta 4 x 4, robada a una familia burguesa que en su recorrido vacacional aventurero terminan siendo asesinados. La ruta 40 es el ámbito del road en un itinerario que recorre espacios típicamente patagónicos pero no turísticos. La primera alteración al patrón narrativo es el espacio. El nomadismo propio de la huida al que el personaje se somete junto con su hijo, es un nomadismo periférico. No es la escapatoria urbana criminal al que los medios de comunicación nos tienen acostumbrados diariamente. Se desbarata la hipótesis de que las ciudades alienantes de nuestra contemporaneidad son los espacios privativos de la gestación de criminales que matan compulsiva e irracionalmente. También los espacios más vacíos, más marginales, más escondidos y preservados, engendran y albergan asesinos y suicidas. La naturaleza utópica para la concreción de la felicidad que el discurso publicitario turístico vende como los nuevos beatus illes aislados de la modernidad urbana, son inseguros y están habitados por criminales y locos de la misma manera que las urbes cosmopolitas de nuestra contemporaneidad. Y Runfo es uno de ellos pero también lo son los que va recogiendo en el camino. Peones de estancia, una cocinera chilena, una “mujer niña bella” hija de un alemán con tufillos a los nazis del peronismo neutral. Ese “manicomio campestre” integra un espectro social ecléctico que reconoce su linaje en la tradición literaria nacional desde la gauchesca, por supuesto con los signos de la antiheroicidad, el anonimato y la atemporalidad con que esa misma tradición fue reescrita por Borges. Linaje que se perpetúa y que se afirma en las representaciones de las sociedades clandestinas integrada por los más variados asesinos y locos de Arlt y que podría finalizar en el dúo de criminales compulsivos urbanos de la novela de Pablo Rizzo, Pero tanto no importa.
Runfo corroe el sistema legal. Runfo es el desvío de lo que se espera de la Ley. Runfo es la anomalía. Usa sus conocimientos para transgredir las propias reglas del bienestar y la seguridad común a las que él, más que nadie, está obligado. Runfo corrió la máscara del orden simulado para mostrar el verdadero rostro, un rostro amenazante para la sociedad. Cualquiera puede ser un buen hombre y cualquiera puede ser lo contrario. Cualquiera puede albergar en sí las pulsiones de una doble vida y cualquiera también puede, en el instante menos previsto, optar por una u otra sin ninguna explicación.
“Empezaba a intuir el comienzo de una nueva vida, sin rumbo, pero una nueva vida” y ¿no es acaso esto lo que intuye el personaje del Moreno en el cuento de Borges, cuando se aleja como un punto sin rostro y sin nombre hacia el horizonte, luego de haber acuchillado a nuestro héroe nacional, Martín Fierro? Las pasiones heroicas ya no existen. Ahora estamos aplanados por pasiones grises y sin relieve. En ellos se cifra la identidad de los sujetos contemporáneos. Ser uno y todos a la vez y estar motivados por causas y lógicas absolutamente arbitrarias. Por eso, no es casual ese espacio. La repetición del vacío de ese espacio. El detalle significativo en ese vacío espacial, como el arbolito solitario en la encrucijada de caminos de los que inauguran esta nueva modalidad del ser contemporáneo: Vladimir y Estragón. La diferencia: los personajes beckettianos esperan algo, a Godot, que les restituirá aquello que han perdido: identidad, historia, moral. Esta pareja, en cambio, los protagonistas huyen, huyen de lo que les ha saqueado lo que tenían y, por el contrario, no esperan nada. O sus esperanzas son fallidas. O la espera se hace irresistible. “Libertad y paisajes” es lo que añora el personaje, libertad en el vacío, vacío que es libertad. La libertad de tener que arrasar con lo que quiere ubicarse en ese paisaje y se presenta entonces como obstáculo.
La primera parte de la novela intenta reponer los interrogantes básicos de la huida, a partir de un esquema del tipo road movie pero luego, los motivos que creímos hasta ese momento, se desvanecen, se presentan otros nuevos y, luego, otros. Y así el esquema que parecía seguir en principio cierta linealidad, se vuelve laberinto y caos a pesar de la insistencia de las precisiones espaciales.

2. Caos ordenado
“Aquí conviene saltearse la exposición de estos hechos, pues no siempre hay que contar todo”. ¿Quién dice esto? El narrador se presenta como un narrador externo conocedor de las acciones y pensamientos de los personajes. Pero de pronto, nos asaltan las “Nota del Recopilador, editor o de quien mongo sea” planteando el acto de narrar como una simulación (obvia lógica narrativa) y poniendo de manifiesto que la historia sólo es una compilación de comentarios provenientes de diversas fuentes retocadas por el ansia de la propia ficcionalización de quien quiere despuntar el vicio de la escritura.
La organización de la intriga narrativa en partes, capítulos, subcapítulos, mínimas digresiones, apartados numerados, plantean secuencias en apariencia ordenadas que no dejan de poner en evidencia el caos constitutivo al argumento. Títulos y subtítulos que parodizan la literatura más españolizante cervantina: “De lo acontecido a nuestros héroes en su primer atraco”, pasando por referencias intraficcionales: “Dentro del auto”; a simples indicaciones geográficas de una cartografía patagónica realista: “Ruta 40, rumbo a Las Horquetas”. Numeraciones de apartados que se reinician, se alteran, se repiten y acumulan para organizar (?) una secuencia: “55, 56, 57 Continúa Seb luego del desmayo”; hasta títulos de canciones en inglés, constituyen el andamiaje o esqueleto narrativo que funciona como una parodia extrema o absurda de la tradicional organización de una novela.
Por eso el subtitulado de las partes o fragmentos no organiza para el lector, ningún itinerario, nada, porque no hay nada, ningún recorrido a priori, excepto el de la mente de un loco/cuerdo que escribe y que nos entrampa en su escritura a través de la lectura. Una estética del montaje del sentido al límite que se repite, como obsesión, en los otros dos libros de Sebastián Tresguerres, “NEURaLEPToHIPOCAMPO 34” (Agonizando en la ría)” y “Suur Xur”. Estética de la mezcla, de la yuxtaposición y acumulación monstruosas parecen ser la razón de ser y la motivación poética de esta escritura.
Cuando la huída de estos personajes, Runfo, su hijo Seb, junto a todo el resto de locos que se les adosan en la recorrida, llega al extremo de lo inverosímil; cuando se empieza a olfatear un tufillo agobiante e increíble en la huida de los gauchos raros; cuando uno como lector comienza a sentir el cansancio de tanto rati acribillado e insensateces de jefes y vasallos atemporales y niñas que cogen sin saberlo y sexualidades ostentosas de varones, aparece la declaración del narrador y su estado actual que viene a poner un poco de claridad en todo el asunto: “La realidad estaba regresando”, “Señor lector me estoy hundiendo. Por ende, que se hunda todo. Todo se fue al demonio ¿Por qué me voy a tener que seguir preocupando por usted?” Este es el instante narrativo que propicia la recuperación de la tensión lectora poniendo en evidencia cierta lógica novelística.
Cuando “el escritor maldito”, aquel que ha confesado sus compulsiones obsesivas y su mente esquizoide a la ficticia Javana, declara que “todo se fue al demonio verdaderamente” y que “nunca les mentí”, nos enfrentamos a la realidad de la huida rara que acabamos de leer: una historia fabulosa que no es más que la creación de la mente de un escritor trastornado. Un autor- narrador-protagonista que nos ha llevado a nosotros, lectores ingenuos, hasta las alternativas de una historia sin sentido que traspone todo el tiempo sus límites ficcionales. Es la “Confesión” de la PARTE CU4RTA: “los hice leer hasta acá esta historia y ahora los re-cago. Les cago la historia. Los mando al carajo (…) Te estoy mandando fuera de este libro (…) Les haya gustado o no la aventura que venían leyendo, se hayan involucrado o no en el relato, gauchos más o gauchos menos, la cosa es que los acabo de estafar. Los acabo de estafar”. ¿Y no es eso quizás, la definición más acabada de lo que es la literatura: una estafa, un fraude, una traición? ¿Unas expectativas de verdad saboteadas por la realidad más tangible de la ficción?
El caos ha rememorado un orden, el que se instala en el centro de la novela, la declaración psiquiátrica del paciente 454. Esto lo justifica todo, convierte al relato absurdo en coherente. La locura viene a decir algo racional, verdad que puede resultar quizás también una falacia, pero poco importa, porque de lo que se trata no es de una verificación o constatación de los hechos ni de la búsqueda de la lógica de la realidad. Ya lo ha dicho Girondo: “Lo cotidiano, sin embargo, ¿no es una manifestación admirable y modesta de lo absurdo? Y cortar las amarras lógicas, ¿no implica la única y verdadera posibilidad de aventura?”.
TRANSFORMATORIUM CóNCLAVE, preámbulo de la PARTE CU4RTA, da la clave de la metamorfosis mental del que escribe, de la manipulación de los hechos al infinito, de las versiones y perversiones del relato, de la apropiación de la realidad, incluso de la realidad más próxima, naturalizada y verificable (geografía patagónica de rutas, lomadas, curvas y depresiones, de grises y dorados crespusculares) para hacer con ella y de ella la construcción más fabulosa, delirante y ajena hasta el punto de ya no reconocerla. Mecanismo siniestro que transforma lo más cotidiano y familiar, en lo más extraño y desconocido.
La Nota del Recopilador de la QUINTA PARTE HUIDA RARA: “paciente 454 es el apodo con que denominaban los enfermos al loquito que se escapó del hospital mental en la vida real nuestra (o sea, al loquito que se cree que es Seb, Runfo, el escritor, y etcétera)” es la declaración que hilvana la huida real de unos prófugos locos criminales por tierras y rutas santacruceñas, excesiva espacialidad que se disuelve en un no lugar con la huida de sí mismo. De lo que se huye en última instancia, es de uno; uno se extraña para sí. El sujeto es el que necesita imperiosamente la salida de sí mismo y el abandono de cualquier rasgo de identidad (nacional, social, sexual, moral) para emprender la búsqueda de un sentido de pertenencia primigenio en el vacío. La realidad se ha desvanecido (pesar del sentimiento posmoderno) y ahora todo es cuestión de ficción, todo es cuestión de escritura.
Podríamos pensar que si al Quijote se le secó el cerebro o el seso de tanto leer y “cayo en la locura mas loca, creerse caballero….” (pesar del sentimiento moderno), a este “escritor maldito” se le secó el cerebro de tanto escribir y cayó en la locura más loca que pudo dar loco en el mundo: ser poeta/escritor y, más grave aún, en la Patagonia. Extenuación de la escritura que provoca la huida de la vida, única vida posible, en la ficción.

3. Los poetas salvajes (remembranzas de Bolaño)
Seb 454 es el resultado, el producto, el resto de lo que ha quedado de “La guerra de los poetas”. El autor titula a este apartado SEGUNDO NIVEL METAFÍSICO, señalamiento paradojal, ya que aquí, en esta novela, no existe otra metafísica o trascendencia sublime más que en la escritura. Pero, fundamentalmente paradojal porque este segundo nivel narrativo (que desde la teoría narratológica más estructuralista- la de nuestro amado y odiado Gerárd Genette -, se identificaría (si nos dejáramos llevar por el señalamiento de “Segundo”) como nivel metadiegético del relato) es, en realidad, el primero y motivador de toda la ficción. “Los aniquiladores” son una agrupación, un club secreto, una sociedad clandestina cuya misión es la de salvar o mejor, preservar a la literatura. “Guardianes o patoteros” que se han hartado de “tantos leves inescrupulosos” y para quienes la literatura es algo serio. Dictamen moral sobre la literatura a partir de acciones inmorales. Y este Seb paciente 454 no es otra cosa que el integrante ritualista de esta sociedad benefactora, quizás uno de los fundadores de la guerrilla.
“La guerra de los poetas” concentra en un tono irónico, los enunciados críticos sobre cierto concepto de literatura, sobre los autores “consagrados” del pseudo campo literario regional, sobre los mecanismos celebratorios y consagratorios de tales escritores. Los aniquiladores vienen a poner un orden moral en el desorden insensato de la producción y la circulación de la literatura santacruceña, atacando a los referentes reales enmascarados ficcionalmente bajo nombres que, sin embargo, se dejan identificar. La desestabilización del sistema literario regional o la declaración de mala literatura arremete, en principio, con la temática medular a la que se ha dedicado: “Las poetas como Virginia Anita Robledo son poetas que han escrito cantidades de poemas a Santa Cruz. Gaviotas, gaviotines, viento, plantitas de calafate, espinas de calafate, frutitas de calafate, más gaviotas, más ventarrones, raíces de algún arbusto, honorables pioneros con temple rudo y patriota, pioneros honorables caminando contra el viento (…)”. Pero, también, del lado de la manifestación masculina, contra cierta defensa y entronización atemporal del tehuelche exterminado. No queda fuera de la crítica destructiva la denuncia de la dependencia de la producción cultural local con el orden estatal que la financia o subsidia, citando para ello fragmentos de decretos gubernamentales que dan cuenta de la poca autonomía del campo artístico en la peor de las manifestaciones de mecenazgo.
Más allá de estos pronunciamientos o posicionamientos ideológicos y morales del autor respecto de lo literario, lo que importa es la opción narrativa del accionar de la sociedad secreta que nos recuerda a la de los poetas salvajes arremetedores de Sor Juana, en la prosa de Bolaño. Como toda sociedad clandestina, y por encima de sus declaraciones de principios justicieros, la ilegalidad se impone en el accionar: “Lo que queda por decidir es qué tipo de ilegalidad utilizar ¿Destruir alevosamente los libros mediante actos de vandalismo? ¿Amenazar a los malos escritores para que dejen de escribir? ¿Amenazar a los dueños de las librerías? ¿Irrumpir con estupor, con esputos o con sabotajes en las actividades “culturales” en la que participen estos “escritores”?” Todo esto junto. Y el resultado es una hilarante y absurda sucesión de acciones, rituales, planes de exterminio y concreción de asesinatos, ágilmente narradas.
La guerra de los poetas finaliza con lo previsto: la entronización de los mismos poetas y la exclusión definitiva del campo, del poeta salvaje y justiciero en una dialéctica que se resuelve a favor de la instalación definitiva del orden y el confinamiento del desorden amenazante, en el psiquiátrico. Una especie de caja china al abismo de tramas y entes, en el que no se escamotean la crítica política e ideológica de manera explícita (cosa que molesta) u oblicua (opción preferible) en donde lo que queda claro es que todo es cuestión de ficción, todo es cuestión de escritura.

4. Para un escritor loco, un discurso esquizofrénico
Si bien no se explicita, podemos conjeturar que el paciente Seb 454 es el escritor loco, guerrillero y asesino de escritores santacruceños que, en la pugna por incluirse termina en la periferia más extrema: el psiquiátrico en el fin del mundo. Periferia al cuadrado si las hay. Insensatez de la misión que se paga con el precio del encierro pero con lo mejor de la poesía. Los gauchos malos de Huida rara son el resultado creativo del proyecto frustrado, inconcluso y quizás, la manifestación de una “mala” literatura novelesca de la mente desquiciada del escritor poeta que creyó que la literatura no era joda y le atribuyó una autoridad capaz de señalar la vida.
Lo mejor de este escritor se encuentra atesorado en un cuaderno violeta con un dibujo de Pókemon en la tapa (referencia necesaria a la mutación de un sujeto en tantos y tan monstruosas versiones humanas capaz de llegar al límite de la construcción de algún tipo de identidad poderosa) con el que se encuentra el Recopilador / Editor, del tal Sebastián Oyarzunov. El autor real, ahora sí al final de la novela nominado, ha escrito en el psiquiátrico y bajo los efectos de todas las drogas medicamentosas, lo mejor de su poesía. Esto nos instala en el ya clásico lugar desde el cual el poeta sólo puede enunciar: el de la exclusión. El exilio y la locura son las tradicionales formas en las que la literatura ha resuelto las metáforas de la creación poética más esencialista.
Los sujetos con los que nos encontramos a lo largo de toda la novela, en sus distintos niveles de ficcionalización, nos muestran el gesto de la anomalía. Son vagabundos, fugitivos, locos, criminales, mentes destartaladas, seres abominables, “nuestros amigos” que, huyendo del orden social, moral, legal, buscan un ideal que termina destruyéndolos. Es el impulso del salto hacia adelante para superar la realidad que no los envía a ninguna parte, excepto a hundirse en el mismo abismo. Un salto en el propio lugar que termina enterrándolos. La mejor poesía de este escritor desclasado está en ese cuaderno violeta producto seguramente, de la locura más extrema. Quizás, lo peor también, se halle en los raptos de lucidez con que intenta ordenar y recomponer un sistema legal y moral con las referencias a la historia, a la iglesia, a la política y a una remañida y falaz identidad regional.
No podemos dejar de pensar en esa declaración de “Seb” después de referir su mente esquizo: “Yo soy escritor”, como el correlato de una literatura que también se muestra como discurso de la locura. Todorov en un ensayo fascinante titulado “Géneros confusos” dio en la tecla al definir de manera indirecta el verdadero discurso literario contemporáneo. Hace un recorrido por el discurso psicótico para plantear el problema de la arreferencialidad del discurso y concluir en una asociación muy ingeniosa entre el discurso de la locura y el de la literatura. Muy lejos está aquí la intención de clasificar a los personajes de esta novela según alguna patología mental. Pero las consideraciones de Todorov, pueden iluminar este problema de la falta de correspondencia entre las palabras y las cosas, de la disolución de los límites entre realidad y ficción como rasgo constitutivo de lo contemporáneo. La ficción dentro de la ficción entra a jugar un rol importante en la producción de sentido de estos textos. Lo narrativo y lo poético conviven, constituyéndose en una estrategia eficaz para conservar un lenguaje propio y preservarse de la realidad que los aniquilaría, como discursos y como enunciadores del mismo. Desde el punto de vista de la psiquiatría, el discurso de la locura es la instancia extrema de fracaso en esta capacidad de las palabras por referir el verdadero mundo pero, por otra parte, es la metáfora más interesante para vincular el sentido de la literatura. Un discurso posible para platear un mundo posible aunque no real.
Huir del lugar, huir de los otros, huir de sí, huir de la vida, sólo buscando las palabras exactas, sólo acompañado por ellas. Esta crítica o reseña o comentario psicótico de la novela de Sebastián Tresguerres, no es más que el intento de buscar una interpretación, una entre las posibles, en la fuga maravillosa de la realidad que es la lectura de la literatura.

Río Gallegos, noviembre 2007.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

qué bueno marcela; ud. aparte de conocimiento tiene la voluntad que otros profesores quiza no poseen. Este es el intercambio que lectores y autores necesitamos. Pensar y sentir el texto. Muchas gracias por este trabajo. -maritza-

Anónimo dijo...

maritza, quiero tu libro, donde hallarlo? cariño, marcela

Anónimo dijo...

lo voy a presentar la primera semana de diciembre. ahora tengo un problemita personal. en cuanto pueda te llamo. Un abrazo enorme -maritza-

Anónimo dijo...

Hola, soy Pablo Rizzo, el autor del libro que mencionas. Mi mail es pcrizzo@speedy.com.ar y me interesaría saber dónde obtuviste noticias de mi novela, qué te pareció y esas cosas. Por favor, contáctame. Abrazos y gracias

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Este espacio es un homenaje a un Grupo Literario que existiò el la Patagonia y del que tuve el honor de ser una de las fundadoras. Este grupo, ademàs de su labor poètica y una gran militancia en el campo de las letras y la cultura, iniciò una crìtica literaria en la zona.
Me gustarìa compartir con los lectores trabajos de crìtica literaria, textos inèditos, etc... en fin... lo iremos haciendo entre todos. Se aceptan sugerencias
La foto que encabeza la pàgina es del lugar donde vivo: Puerto San Juliàn, en el Vìa Lucis -sobre el Monte Cristo-Patagonia.

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poeta, narradora, crìtica literaria,madre de tres hijos, casada, ama de casa.